Resumen. Esta campanita presenta algunas reflexiones acerca de silencios recibidos como respuesta a mis intentos de comunicación con algunos jerarcas de mi Iglesia Católica. El relato se puede escuchar aquí, incluyendo la canción no ecuménica “Sólo Él es verdad”: (en proceso)
La canción también se puede escuchar y visualizar en un video al final del texto.
La Presentación del blog provee información acerca del propósito de estas campanitas y la Organización del mismo muestra cómo las entradas se agrupan por categorías. Esta entrada pertenece a la categoría “Modernidades indeseadas”.
Esta campanita no se trata sobre silencios pontificios famosos. No, no es acerca de la carencia de respuesta a una Dubia (duda) interpuesta por varios cardenales sobre la exhortación apostólica Amoris Laetitia y tampoco se relaciona con el mutismo explícito a las aseveraciones graves del Monseñor Viganó—lean en el internet si no saben a lo que me refiero. Esta campanita se trata sobre el silencio que yo mismo he experimentado después de repetidos intentos de comunicación con el mitrado más famoso, en particular desde que le entregué mis libros en la Plaza de San Pedro, cuando terminamos bendiciéndonos mutuamente, tal y como está relatado en una campanita anterior.
Claro, aunque soy una persona de fe, no soy del todo tonto y me puedo dar cuenta que afirmar, así sea con razones, que, por ejemplo, Jesús esté simbolizado por la hipotenusa con ecuación X = Y, o que el capítulo 15 del Evangelio según San Juan de lugar a una fórmula matemática en la que se vislumbran tanto al Espíritu Santo como la Doxología Eucarística, es algo que, para no pocos, puede parecer decididamente inverosímil. Y claro, escribirle al Sumo Pontífice, sucesor de San Pedro, acerca de asuntos novedosos y a la vez ortodoxos de la ciencia a la fe, incluyendo misterios de la higuera para rezar con el Santo Rosario y también sugiriendo que ellos se satisfacen por medio de la moderna teoría del caos llamándonos inequívocamente a todos—y sin importar el credo—a la conversión en Jesucristo, y solo en Él, es algo que puede ser demasiado “insólito”, “alocado” y “radical” como para dignificarlo con una respuesta, así le haya enviado 2 a la 4 misivas, o sea dieciséis, y sepa que haya leído una de ellas con detenimiento.
Claro que me doy cuenta pues, tanto en ámbitos científicos como religiosos, el silencio ha sido la respuesta que más comúnmente he recibido cuando he intentado compartir las concordancias que observo entre la ciencia moderna y la “Palabra antigua”. Por años, y aún hoy por hoy, he estado situado en “tierra de nadie”, o, dicho de otra manera, he tenido el honor de “no ser profeta en mi tierra” (Lc 4:24), pues como “bicho raro” que soy—hasta para algunos familiares y amigos—he llegado a convertirme en un “hereje” ante colegas científicos por ser “creyente” y me he vuelto una “piedrecilla en el zapato” en mi Iglesia por ser un laico raro e insistente. Sin duda, la naturaleza de las conexiones que observo entre la ciencia y la fe, al estar salpicadas de matemáticas y física y por ende de diagramas, me ha apartado de algunos no atraídos por dichos menesteres y, acaso y así lo creo, también he sido relegado de una forma jerárquica al no poseer estudios formales en teología.
En verdad, salvo en casos en los que me he encontrado con almas “abiertas” que además me han visto en acción, como por ejemplo un santo colombiano en proceso de ser reconocido universalmente, me ha acompañado frecuentemente una triste y descortés carencia de respuesta. Ha sido realmente una lucha desigual ante seres que típicamente no han dado la cara, pero esto me ha permitido, en mi persistir, crecer espiritualmente, acogiendo el mutismo recibido como fiel pago a la novena bienaventuranza (Mt 5:11—12) y rezando por aquéllos que de esa manera, y acaso sin saberlo, me han “perseguido” por intentar explicar lo que veo (Mt 5:44). Dios sabe bien que también he intentado en diversas ocasiones en entornos políticos y claro que sabe que desde hace un tiempo entiendo que todo ha sido un fiel corolario de purificación desde mi nacer de nuevo hace ya 30 años, el cual incluye los dolores prescritos a mi oficio.
Así pues, agradeciéndole al Dios Trino ante mis fieles lectores por todo lo sucedido, debo reconocer a su vez que Él me ha mantenido en pie gracias a lo que sí he podido hacer como maestro, en particular el enseñar mi inusual y exitosa clase Caos, Complejidad y Cristiandad, la cual he dictado—contra viento y marea, ¡claro debe estar!—aquí en la Universidad de California en Davis desde el año 2001, llegando hoy por hoy a su promoción 42, el mismo número de las generaciones en la genealogía del Mesías, 14 x 3 (Mt 1:1—17).
Para mi regocijo y sustento y contrario a lo que algunos que me evitan pudieran pensar, el material de la ciencia a la fe, explicado en los libros que le di a Su Santidad, ha tocado los corazones de una amplia gama de estudiantes con diversas aptitudes y pertenecientes a las tres culturas: ciencias naturales, ciencias sociales y las humanidades. Para mi alborozo y soporte, he tenido discípulos en asignaturas tales como psicología, lingüística, biotecnología, antropología, historia del arte, economía, inglés, veterinaria, física, nutrición, biología, ciencias políticas, sociología, matemáticas, bioquímica, filosofía, comunicaciones, arte, ingeniería civil, negocios, computadoras, química farmacéutica, relaciones internacionales e hidrología, para citar algunas, y así se han sembrado algunas semillas que el Espíritu Santo ya estará creciendo.
En verdad ha sido un gran honor para mí el compartir casi siempre tres veces al año en la gran universidad que me acogió sin saber—como yo tampoco lo sabía—que además de la hidrología física y probabilística enseñaría también la hidrología conversiva de Juan Bautista. Ciertamente, el apoyo recibido en diversas conferencias tanto en Roma como en varios países, incluida mi propia patria—de donde acabo de regresar luego de compartir dieciséis conferencias en dos semanas, esta vez un 2 a la 4 lleno de fruto—, ha proveído también un sustento vital que ha mantenido el anhelo de seguir intentando comunicación y de hacer aún un poco más, incluyendo el sueño de cantarle al Señor un canto nuevo mediante una banda Shanti Setú/Puente de Paz.
En definitiva, el silencio del mitrado más famoso no ha sido de ninguna manera exclusivo. Diversas personalidades de mi Iglesia—tanto por la ciudad eterna como también por el continente americano y aquí cerquita en la cuna de la diócesis a la que pertenezco—me han “hecho el ole” y también no pocos colegas me han evitado por mezclar lo que, de acuerdo a ellos, no debo. Aunque sé que lo que se me ha dado de lo alto es ya mi esencia y mi más preciada perla (Mt 13:45—46), entiendo muy bien que, para muchos, lo que tengo no sea relevante para hablar de Jesús al no ajustarse a cánones establecidos, y es por eso que sigo y canto …
… Comprendiendo pues mis limitaciones de pequeñín pequeñito, y sabiendo que yo sí que no soy quién para juzgarle y mucho menos para condenarle—que es la interpretación fundamental de la famosa cita bíblica (Mt 7:1)—, debo decir también que no puedo dejar de advertir desvíos por la senda del “amor al revés”, es decir por Roma, adivinanza que se entiende leyendo el mandato primordial del AMOR de derecha a izquierda para hallar el nombre de la ciudad de las siete colinas. Pues tales desviaciones, cual diabólicos seres alados rodeando la cruz—tal y como se pueden observar agrandando la imagen dentro de la campana circular que acaba de aparecer—, también proveen razones factibles para entender por qué nunca llegó una esperada y “misericordiosa” respuesta del Jefe.
Pues de una forma incoherente con lo revelado en la Palabra de Dios, ahora resulta que por años sí he sido un tonto al intentar explicar las buenas nuevas del amor de Cristo, dice él, pues el mismo acto “proselitista”, aunque llevado a cabo con todo respeto en mi universidad secular y en donde he ido—y hecho sin forzar al oyente tal y como debe ser—, ahora es algo que no debe hacerse, pues es un gran “pecado” en contra del “ecumenismo”, dice él.
Tal y como se deduce, y no con poca congoja de mi parte, ahora ya no es pertinente proclamar abierta y heroicamente la primacía salvífica de Jesús como único camino al Padre, sino que debe aceptarse, en aras de la “cultura del encuentro” entre las religiones y el respeto hacia ellas, que toda otra “senda” es igualmente válida—no deje de ver este lastimoso vídeo—, incluidos dizque unos “hermanos mayores” citados en la campanita anterior, como si ya no fuera cierto que para convertirnos en “hijos de Dios” debemos acoger a Jesús mismo, y en particular su sacrificio en la cruz por nosotros (Ga 4:1—7).
Como todos mis envíos a él enfatizaron a Jesús y solo a Él como lo que es, el único camino al Padre (Jn 14:6)—tal y como puede en efecto demostrarse a partir de la ciencia, aunque algunos piensen que no se puede—, aquí se vislumbra una posible y simple razón para el silencio romano: lo que escribí pudo no dar lugar a una respuesta al ser contrario a la agenda ecuménica del Obispo de Roma.
Seguramente a algunos católicos piadosos les parecerá que estoy muy equivocado y de corazón respondo que ojalá así fuera, sobretodo en esta temporada purificadora de la Cuaresma, pero la aseveración tristemente hace sentido, pues, en la medida en que ha pasado el tiempo y luego de silencios papales que abarcan los dos anteriores pastores además del actual, he podido comprender, con sumo dolor—¡valga el adjetivo!—, cómo en estos días que nos tocó vivir, y después de un concilio del mundo acogido por multitudes modernas, se proclaman, cual dogmas, algunas “verdades” que siempre fueron mentiras y algunas “mentiras” que siempre fueron verdades. Por ejemplo, hoy por hoy, el pecado llamado mortal tiene matices y, por ende, ya no es tan grave; la sagrada Eucaristía, conteniendo la presencia real de Jesucristo mismo y fuente de vida eterna, ahora se puede recibir viviendo en pecado grave; y un largo etcétera, como se explica por ejemplo aquí, aquí, aquí y aquí.
Pero bueno, ya para terminar esta reflexión, una decididamente valerosa como una oración vital por la conversión de todos—incluido yo, tú y también él—, a continuación suena a capela una canción que recalca, una vez más y de una forma plenamente convencida al provenir de la ciencia y la experiencia, que no hay cómo cambiar lo fundamental. que no existe otro camino dado a nosotros para acceder al Reino de los Cielos sino Jesucristo, pues su sacrificio infinito de verdadero Hijo no tiene, ni tendrá, parangón alguno.
SOLO ÉL ES VERDAD
Inspirado por Los Van Van de Cuba…
¡Oye, ten cuidao!
Aunque mira te repitan,
toda senda al cielo va,
aunque acaso no parezca
existe una, ay que da.
En efecto hay un camino
que conduce a la verdad,
solo uno y es el Cristo
quien te da la eternidad.
Oye solo Él
es quien da.
Jesús es tu amigo
es Él quien te da.
Mira solo Él
es verdad.
Mira es Él
toma el más.
Oye solo Él
es quien da.
Repito es tu amigo
el justo bien da.
Mira solo Él
es verdad.
Su raíz divina
santa caridad.
Oye solo Él
es quien da.
Por misericordia
y su cruz Él te da.
Mira solo Él
es verdad.
Es verdad
no hay más na.
Oye solo Él
es quien da.
Sustento en tu centro
la paz Él te da.
Mira solo Él
es verdad.
Ay ve tú
con mamá.
Solo Él
oye bien te da,
solo Él
mira es la verdad.
Shanti Setú…
Solo Él
oye bien te da,
solo Él
mira es la verdad.
Oye solo Él
es quien da.
Jesús es la puerta
mejor entra ya.
Mira solo Él
es verdad.
Te bajas y cenas
Él todo lo da.
Oye solo Él
es quien da.
Por acto del santo
al cielo se va.
Mira solo Él
es verdad.
Él solo Francisco
todita verdad.
Oye solo Él…
(diciembre 2015/marzo 2019)
Canción registrada ASCAP copyright © 2022 by Carlos E. Puente
La canción a capela se puede escuchar aquí…