Resumen. Esta campanita reseña cómo logré entregarle copias de mis libros “La hipotenusa” y “La Higuera & La Campana” al Papa Francisco en 2014 y cómo pude hacerle llegar algunas cartas, incluida una que él leyó acerca de la higuera y que incluye una canción “Puente de amor”, ahora en ritmo de bachata, y como escrita por el discípulo Natanael, aquel visto por Jesús bajo tal árbol. La canción se puede escuchar aquí:
La canción, bellamente interpretada por Leonel Mederos Bravo bajo la dirección musical de Lázaro Alemán López, también se puede escuchar y visualizar en un video con enlace a YouTube al final del texto, seguida de una traducción de su letra al inglés.
La Presentación del blog provee información acerca del propósito de estas campanitas y la Organización del mismo muestra cómo las entradas se agrupan por categorías. Esta entrada pertenece a las categorías “El caos y su higuera”, “Natanael” y “Campanitas vivenciales”.
A partir del año 2007 he tenido la oportunidad de compartir conferencias en Roma, en el programa de Ciencia y Fe del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, invitado allí por mi buen amigo el Padre Rafael Pascual, quien me vio en acción en un congreso en la muy bella Puebla de los Ángeles en México en el 2002. Ha sido un gran honor para mí el enseñar en la ciudad eterna y eso me ha permitido, entre otras cosas, adentrarme en la oración, rezando sentidos Rosarios con la inolvidable Sor Piera y otros yo solo por la humanidad entera circundando el Vaticano, y meditando, tanto los misterios debidamente establecidos: gozosos, dolorosos, gloriosos y luminosos, como los “de la higuera”, que un buen día me inventé:
1. Adán y Eva, una vez pecan, se cumbren con hojas de la higuera (Gn 3:7), 2. el buen rey Ezequías de Judá es sanado con un emplasto de higos cual sugerido por el profeta Isaías (2 R 20:7), 3. Natanael, futuro apóstol, acepta al Señor al Él decirle que lo vio bajo la higuera (Jn 1:45—51), 4. Jesús maldice y seca una higuera sin fruto camino a Jerusalén pocos días antes de su muerte (Mc 11:13—14, 20—21), y 5. Jesús proclama una señal para su regreso en una higuera con ramas tiernas y brotes de hojas. (Mt 24:32—34).
Un mes después que el Papa Francisco fuera escogido para reemplazar al renunciante Benedicto XVI en el año 2013, me tocó por suerte estar allí en Roma compartiendo mis charlas. Así, aún estupefacto ante el insólito cambio de guardia, pude presenciar una audiencia general en la Plaza de San Pedro, un día miércoles. Recuerdo que fue un encuentro particularmente festivo y por los jubilosos vítores “Francesco, Francesco” pude comprender el porqué algunos auguraban que vendrían tiempos mejores para la Iglesia, tiempos seguramente “más humanos”, decían otros.
Inspirado por lo que sucedía, llegué a pensar que mi viaje anual a Roma podría acaso ser propicio para intentar tener contacto directo con Su Santidad, tal y como lo reportaban con emocionada sorpresa algunos seres sencillos. Así, y luego de escribirle varias veces durante su primer año, me preparé para tratar de darle mis libros en persona durante mi siguiente visita y para pedirle, lleno de valor y fe si lograba hablarle con calma, que me ayudara a compartir con mayor éxito las buenas nuevas de Jesús a partir de la ciencia, de modo que pudiera serle aún más fiel a lo que expresa el Evangelio, en particular el de San Marcos al final, que nos impele a proclamar—por el mundo entero—el inigualable y necesario amor redentor de Jesucristo (Mc 16:14–16).
Así pues, en otro día miércoles de audiencia al aire libre en el año 2014, un poco frío en medio de la primavera romana, llegué muy temprano a la gran plaza, y bien vestido para la ocasión como lo hubiera aprobado orgullosa mi abuelita Fanny. Dada mi experiencia, sabía que para poder tener acceso al Pontífice debía estar en la primera fila de una sección en la que dividen la famosa glorieta para la efeméride. Observando que iban a abrir una zona, me quedé quedo, mirando a lo lejos, respetuoso y a la expectativa, y, apenas noté que ya era el momento, salí corriendo hacia la primera fila, hacia la intersección de dos vallas perpendiculares para situarme en una silla en la mera hipotenusa. Es este hecho el que le provee el título a esta campanita.
A mi lado llegaron, también corriendo aunque nos dijeron que no lo hicieramos, otros feligreses como Leonardo, un amigo dentista solidario quien no por azar me fotografió con mis libros, y un niño juguetón que se me colaba por el cateto a mi derecha y a quien su mamá le gritaba, desde varias filas atrás, “Mateo la capucha”, pues a veces llovía.
Gracias a Dios no llovió con fuerza y el sonriente pasajero del papamóvil, que se contoneaba graciosamente, pudo hacer su ronda acompañado de aplausos y vivas en varios idiomas. Súbitamente, el bullicio se sintió ya cercano, aumentó la expectación, y llegó el lento pero rápido cortejo hacia mi callejón. Para mi fortuna, él miraba hacia mi lado. A punto de llegar a mí le grité: “¡Francisco, unos libros para ti y para Obama, tómalos!”, lo cual él hizo moviéndose hacia adelante y diciendo “gracias”. Yo, cautivado por el instante, le volví a gritar: “¡bendición!” y proseguí a bendecirlo. Y cuando él se dio cuenta de lo que yo hacía, se volteó hacia mí y me bendijo. Fue algo emocionante, y yo solía contar la historia en conferencias o en clases diciendo jocosamente: “no se metan conmigo, pues estoy bendecido por el Papa” …
… Al Obispo de Roma, como él se hizo llamar cuando empezó su reinado, le di mis libros La Higuera & La Campana y La Hipotenusa en español, con una copia de la parábola The Hypotenuse, en inglés, para el entonces líder del país más poderoso del mundo, con quien se reunía al otro día. De mi parte sabía que a éste también le enviaría dicha obra que, entre otras cosas y como se explicó en una campanita anterior, modela las desigualdades reinantes en Estados Unidos y en el mundo entero, y muestra la única solución equilibrada en la implementación debidamente entendida y, por ende, no forzada del amor de Jesús.
Todo esto ocurrió en la Cuaresma, durante la misma época que ya casi termina, pocas semanas antes de la Semana Santa que ya empieza, y, así, una vez concluidas mis conferencias el jueves en la noche, pude adentrarme el viernes en el misterio del Sacramento de la Reconciliación, participando en un servicio penitencial en la Basílica de San Pedro, presidido por el mismo Francisco. Allí volví a llegar temprano y quedé relativamente cerca del principio de una larga cola que le daba la vuelta a la plaza con obelisco en medio.
Dado que muchos querían colocarse al centro de la nave para poder tener una mejor vista de él para fotografiarlo, una vez se permitió el ingreso al templo pude llegar, nuevamente corriendo, a la primera fila posible, otra vez ante una valla que ahora dividía a laicos y a prelados ataviados con colores rojos y púrpuras, y muy cercana a la famosa estatua de bronce de San Pedro, la cual tiene su pie derecho brillante y liso de tanto ser tocado por la gente. Quedé en diagonal a la silla del celebrante—no un trono como antaño—y a la izquierda de una amable señora argentina, hoy por hoy mi amiga Claudia Dattilo, con quien departimos acerca de lo que hacíamos: ella intentando un programa denominado La Semana de Francisco y yo soñando con poder hacer más por Cristo, mi Señor.
Allí, en el ejercicio de la solidaria compasión, Claudia me habló de un Monseñor Guillermo Karcher, también argentino y a quien me mostró a lo lejos cerca del majestuoso altar encima de la tumba del primer Pontífice, quien acaso, el Monseñor, valga la aclaración, pudiera servirme de puente para llegar a su Jefe, pues él ayudaba a su programa semanal consiguiendo que pudieran estar presentes en eventos privados de Francisco. Así, en medio de conexiones inesperadas, como orquestadas desde lo alto, gocé mucho el pomposo servicio que contuvo hermosos cánticos y pude además acatar la vital oportunidad de la—tan despreciada—confesión.
Una vez regresé con espíritu renovado a casa, a la muy bella Davis en California, le escribí a Claudia y recibí de su parte las coordenadas del Monseñor Karcher. Cuando se avecinaba ya la Semana Santa, me inspiré y le escribí pidiéndole que le diera a Francisco mi carta número ocho, aquí adjunta, que incluía algunas aseveraciones acerca de cómo la teoría del caos puede ser útil para comprender algunos pasajes bíblicos enigmáticos y relevantes. Mi carta esbozaba mi deseo de reunirme con él cuando lo quisiera y también incluía los misterios de la higuera antes nombrados—incluidos dos que sucedieron en la Semana mayor aunque la Iglesia no los enfatice para centrarse en la Pasión.
Pocos días después de la Pascua, recibí una respuesta breve del Monseñor Karcher que decía que el sucesor de Pedro había leído mi envío “con detenimiento” y que podía escribirle a él por medio suyo. Este fue, indudablemente, un evento gratificante, un gran triunfo, pues llegaba como fruto de intentos repetidos por diversas rutas y por años. No pocos amigos, incluido el padrino de este blog Fray Nelson Medina, se emocionaron con mi alegría y algunos hasta se atrevieron a vaticinar, esta vez con optimismo y contrario a lo sucedido anteriormente con el Nobel Saramago, que Francisco me contestaría y que llegaría a departir con él …
… Le escribí al Papa Francisco un total de dieciséis veces, es decir ocho cartas más a partir de la que leyó. Sin embargo y en contra de los buenos augurios, nunca llegó respuesta alguna y una anhelada esquela romana, como aliento a mis intentos, no arribó. Aunque logré reunirme posteriormente con el amable Monseñor Guillermo Karcher en el 2015, comprendí, por razones cada vez más evidentes y en contra de mis instintos básicos que siempre me han instado a insistir, que no debía intentar más pues lo había entregado todo.
<Bueno, esto que digo aquí no es del todo cierto, pues hoy 24 de agosto de 2021, día en que reviso la campanita conmemorando a San Bartolomé o San Natanael, debo decir que la semana pasada le he escrito una vez más al Papa Francisco enviándole copia de un artículo que presentaré en el X Congreso Latinoamericano de Ciencia y Religión y que se encuentra aquí.>
En verdad lamenté que mis envíos no hayan suscitado un encuentro con Francisco en esos días. Tal y como le escribí, me hubiera montado y me montaría gozoso en un avión para explicarle lo que sé, pues creo, de corazón, que lo que Dios me regaló de forma inmerecida, y más allá de la improbabilidad que “algo bueno” (Jn 1:46) pueda salir de un científico colombo-americano y sin estudios formales de teología, es en verdad valioso para animar de una forma novedosa y urgente al amor y la paz de Jesús, y solo a Él. De veras creo, humildemente, que lo que me ha sido dado debería ser acogido en mi Iglesia Católica, por ejemplo en la Comisión Pontificia para la Nueva Evangelización.
Dejando para una campanita futura algunas reflexiones que acaso permiten comprender el porqué de silencios reiterados a mis esfuerzos, silencios solitarios y dolorosos que ciertamente palidecen ante el sufrimiento de Nuestro Señor durante la semana en que se celebra nuestra redención, a continuación incluyo la poesía “Puente de amor” que cerró la carta que él leyó. Ésta, la octava, o la del infinito rotado—pues la Nueva Alianza de Dios con nosotros por medio de Jesús, y solo Él, es la octava y provee, si le somos fieles, el regalo de la vida eterna, o sea el infinito—concluye, en efecto, con una inspiración muy especial para mí, pues llegó como escrita en primera persona por el discípulo Natanael, según Él, “un israelita carente de engaño”, quien aceptó al único salvador inmediatamente, solo porque Jesús le dijo que lo había visto bajo la higuera (Jn 1:45–51). ¡Cuán hermosa es la relación entre el ocho y el infinito y qué bonito y curioso es el pasaje que define el tercer misterio de la higuera! ¿No les parece?
<Si desean leer un poco más acerca de la higuera, los invito a visitar la entrada “La higuera improbable”, así haya aparecido en el blog en una campanita posterior a ésta.>
Que Nuestro Señor Jesucristo, hijo único de Dios, quien muere: sufriendo una agonía solitaria por nuestro pecado, azotado vilmente por nuestro pecado, escupido toscamente y coronado con las espinas de nuestro pecado, cargando las pesadas cruces de nuestro pecado y clavado en el madero hasta la muerte misma por nuestro pecado, blanquee todos nuestros corazones por medio de la conversión—ojalá durante la Semana y hasta el más alto nivel en su desposada Iglesia—, para que, al renacer en Él, podamos servirlo en la unicidad de su amor hasta que vuelva y gozando de su unidad en la eternidad.
PUENTE DE AMOR
¡A Natanael, un israelita puro!
Estuve bajo la fronda
hilvanando una oración,
y un amigo de esa era
compartió su bendición.
Le seguí por insistente
reprendiendo mi razón,
y de forma sorprendente
se encendió mi corazón.
Caminamos a su encuentro
en pos de profunda unción,
y por la luz en mi centro
conocí la santa opción.
Comprobé por su discurso
que leía mi intención,
y por árbol alegórico
supe que era hijo de Dios.
Le entregué toda mi suerte
en sentida conversión,
y con su verbo potente
predijo una gran visión.
Anduve por el sendero
compartiendo su canción,
y con un gozo sincero
repartí su sanación.
Luego vino la tibieza:
mi dolida deserción,
y en medio de mi pobreza
reencontré su compasión.
Lo vi subir a lo alto
confirmando predicción,
y con fuego de su mando
él mostró su protección.
Fueron esos tiempos plenos
de asombro y revelación,
y viajamos por el mundo
proclamando redención.
Hoy contemplo agradecido
mi martirio y vocación,
y recuerdo conmovido
como fui puente de amor.
(mayo 2001)
La canción se puede escuchar aquí…
Canción registrada ASCAP copyright © 2022 by Carlos E. Puente
A BRIDGE TO PEACE
To Nathanael, a pure Israelite!
I laid under the foliage
weaving a new prayer,
and a friend from such an era
shared with me his blessing.
I followed him as he insisted
refraining in truth my reason,
and in a surprising fashion
my heart got lit up.
We walked to his encounter
looking after a profound unction,
and by the light in my center
I realized the saintly option.
I confirmed by his discourse
that he read my intentions,
and by an allegoric tree
I knew he was the son of God.
I gave him all my fortune
in a heartfelt conversion,
and with his potent word
he predicted a great vision.
I went around the trail
sharing his very song,
and with a sincere joy
I spread out his own cure.
Later came my lukewarmness
my regrettable desertion,
and in the midst of my poverty
I reencountered his compassion.
I saw him go up on high
confirming his own prediction,
and with fire from his power
he expressed his own protection.
Those were whole days
of amazement and revelation,
and we travelled the world
proclaiming his redemption.
Today I gratefully contemplate
my martyrdom and vocation,
and very moved I remember
how I was a bridge to love.